Querido diario:
La sala sin duda era de piedra, la humedad allí dentro casi se podía palpar. Me desabroché los botones de las mangas de mi camisa y me quité mi chaqueta. La corbata creo que la usé como muñequera improvisada y la debí de perder entre la explosión del núcleo de impulso temporal de mi malogrado vehículo de desplazamiento espacio-temporal (menos mal que estaba asegurado a todo riesgo...) y mi aparición en aquel espacio blanco plano. La voz que se oía era bastante potente, masculina, clara. Me daban la bienvenida pero me abroncaban por llegar tarde. No sabía yo que se podía llegar tarde en la nada absoluta. Una luz brotó del techo y me sentí reconfortado, apagué el zippo y me lo volví a guardar en el bolsillo. Los rostros translúcidos se reflejaban en las paredes de piedra y me miraban con cara de pocos amigos. Reconocí al instante a Mochue-lín Lent-illín, a Robin "J.B." FistFucking pero los otros dos seres se mantenían aún en la penumbra y sus rostros eran casi impenetrables desde aquella zona iluminada en la que me encontraba parado. Me comenzaron a hablar, diciendome que el Apocalipsis Monicaco no se había producido porque yo había osado interferir entre su obra y la nueva era que ante el universo se abría. Les dije que mis intenciones habían sido buenas ya que por mucho que ellos ahora me intentaban hacer creer que todo iba como estaba planeado, la verdad es que las hordas que apoyaban al Monicaco Pródigo les habían ganado la partida y decidí salirme por la tangente e impedir que fuera lo que fuese a pasar con el Apocalipsis Monicaco, no fuera beneficioso para los TunOrgs, los Strudels, los Esgrimistas Roleros Aficionados al Go y tantos y tantos otros enemigos que nos habían puesto contra las cuerdas.
Agradecieron hasta cierto punto mi intervención, pero las pérdidas habían sido demasiado altas: la Elegida (la Strudel-slayer), el Demonio Rojo (un padawan de Muermo-Boy), el Monicaco Rural, el Nigromante, el Zahorí Cabezón y el Monicaco Pródigo. Todo perdido en una sola noche. Y el libro entre los libros, el Muermonomicón, destruido en aquel trozo de la eternidad que era el universo que yo había destruido.
El crimen cometido era mayor que el beneficio causado. Habían dictado sentencia miles de años antes de que yo entrara en aquella sala (o tal vez la dictarán pasado mañana, porque el tiempo no existe en aquel lugar) y mi destino estaba a punto de encontrarme.
Cerré los ojos, respiré hondo y oí la sentencia del Tribunal Muermo:
"Lord Edgar R. Crossbower, este Tribunal le encuentra culpable. La sentencia por sus crímenes es..."
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