Crónicas de un caballero británico victoriano viajando por el Contínuo Espacio-Tiempo

Las entradas en el diario de Lord Edgar Rouen Crossbower y su peculiar punto de vista decimonónigo mientras salta de época en época buscando a sus amigüitos perdidos...

Mi foto
Nombre:

Nacido en Londres en la primera mitad del siglo XIX, nuestro héroe formaría parte de los movimientos sociales más convulsos del Imperio Británico. Conocidas sus inclinaciones socialistas y marxistas y sus amistades con lo peor de los literatos finiseculares británicos, sería ésta la causa de que Herbert George Wells le propusiera que acabara probando su máquina de desplazamiento temporal que lo arrastró miles de años hacia el futuro, enfrentándose con los Morlocks y los políticos ultraderechones de siglos venideros. Después de destruir un universo acabaría como dueño y custodio de un nexo interdimensional viajando por el Contínuo Espacio-Tiempo conocido como la TEMPRANIS. Junto a su amada y a sus animalillos, continúa sus peripecias allí donde el destino le lleve...

19.3.07

Hueco 3: Londres 1941

Este fragmento transcurre originalmente en la fecha 21/03/06

Querido diario:
Atravesamos el extraño portal creado por la patada de Clark Kent de Todos los Santos. Nuestros sentidos se vieron asaltados por luces cegadoras, sonidos estridentes, sensación de mareo, ganitas de vomitar y cagaleras de la muerte (vamos, que prefería mi manera de moverme a través del Contínuo Espacio-Tiempo a ésta) Cuando recobramos el control sobre todos nuestros esfínteres pudimos comprobar que habíamos llegado a nuestro destino: Londres, la capital del Imperio Británico. Usé mi relojo de bolsillo para calcular la época exacta a la que nos habíamos transportado buscando a "el Doctor" y para mi sorpresa estábamos en los peores días de la IIª Guerra Mundial, cuando los bombardeos nazis en la capital eran más intensos.
Clarkito se encargó de quitar de en medio un montón de escombros del camino y las sirenas se oían desde varias zonas. Miramos hacia arriba y pudimos comprobar cómo las luces de las torretas antiaéreas situadas en los márgenes del Támesis apuntaban hacia los cielos y entre el humo vimos cómo la cúpula de la Catedral de San Pablo permanecía aún intacta.
Vimos cómo los cuerpos de bomberos intentaban sofocar los incendios que se desataban a nuestro alrededor. Clarkito incluso paró una de las bombas que se nos caían encima y se la devolvió a los aviones alemanes que zumbaban como enormes moscardones. Una imagen se nos había colado en la mente, sin duda gracias a los poderes de los Muermo Boys que nos habían enviado hasta allí. Esta sensación me hacía buscar una especie de cabina azul...
Buscamos por aquellas calles y por el margen del río sin encontrar nada parecido. Entramos en un pub que aún mantenía abiertas sus puertas a pesar de todo lo que estaba ocurriendo. Los parroquianos estaban sucios, algunos cubiertos de hollín y sangre seca. Nos acercamos al camarero, un tipo gordo con enormes patillas pelirrojas y le pedimos un par de pintas de Guinnes y unos cacahueses. Clarkito usó su superoído y su supervisión para intentar localizar álgún rastro de nuestro pobre Doctor. Intentamos sonsacar algo de información a los clientes que estaban sentados en la barra y tan solo nos dijeron que habían visto un extraño objeto azul como el que les habíamos descrito en una de las entradas a la estación de metro en Earl's Court hacía un par de días atrás. Pagamos por nuestra consumición y salimos rápidamente.
Nos dirigimos ráudos y veloces hacia aquella zona, aunque esto nos supondría atravesar media ciudad desde el punto en el que nos encontrábamos actualmente. Clarkito me cogió en brazos como si fuera un saco de patatas y dando uno de sus saltos comenzamos a volar hacia allí. Por el camino pudimos ver cómo un carruaje negro había pinchado y nos acercamos a socorrer a los viajeros. Clarkito levantó el coche como si nada y los dos guardias que estaban allí mismo se encargaron de colocar la rueda de nuevo. El pasajero de aquel vehículo se nos acercó para darnos las gracias, se trataba del Primer Ministro Winston Churchill, el cual incluso nos ofreció uno de sus puros en prueba de buena voluntad y agradecimiento por nuestra ayuda. Después de aquel buen acto de samaritanos volvimos hacia nuestro destino, Earl's Court. Y una vez llegamos allí...